El agente de migraciones observaba a la mujer con el sello de “rechazado” en la mano. La mujer, de unos 50 años con aspiraciones a permanecer en los 30, comprendía los motivos que le paralizaban sus vacaciones en Cuba: en el pasaporte parecía otra persona.
La enumeración de sus refacciones físicas sirvió de poco ante un agente incrédulo. La señora fue sometida a una especie de rueda de reconocimiento. Oficiales cubanos de distintos rangos, tomaban el pasaporte y discutían las diferencias entre la foto y el rostro de la señora, como si se tratase de aquel jueguito de las 7 diferencias del diario Crónica. No le fue bien a la mujer. Había muchas diferencias. En calidad de sospechosa, tuvo que extender su mano para someterse al detector de huellas dactilares para así confirmar su identidad.
Mi turno había llegado. El oficial me pidió que me quitara la gorra, los anteojos y que levantara el mentón, como aparecía en la foto. Me miró fijo, quizás disfrutando el momento, tomó un sello, lo apoyo en el pasaporte y me dijo:
-Bienvenido a Cuba. Que pase unas ricas vacaciones.-
Mientras tanto, rodeada por 3 militares, la mujer lloraba las primeras miserias de su retoque estético.
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