Estuve 2 horas escuchando a docentes de todo el país en una video conferencia que organizó el Ministerio de Educación. Allí, fui invitado como expositor en virtud de mi pasado de niño burlado y quilombero. Como dice mi vieja “lo que son las vueltas de la vida”. El pibe que rompía bancos, el terror de los porteros y los maestros, estaba ante ellos relatando su historia. De a ratos, me sentía como un drogadicto recuperado exhalando el camino de salvación.
Me encontré con lo que esperaba. Persisten los problemas aderezados, ahora, con la violencia de padres y la situación social. Escuché a docentes que le endilgaban al contexto la responsabilidad de la violencia interna que a ellos mismos se les escurre de las manos. Intentos de asesinatos, padres que utilizan la fuerza para defender la fragilidad de sus hijos y las mismas bromas y maldades de mis años de escolar.
La conclusión que había elaborado mientras escribía el libro se mantiene intacta, hay muchos docentes con voluntad y vocación de resolver los conflictos y otros conviven con sus limitaciones pedagógicas y una decidida desdeñable.
Crecer sin grandes traumas, tener una buena educación y salir indemne del colegio son, al menos hasta ahora, un inhóspito milagro.
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