Mis regalos de Navidad no suelen ser tan variados. Constituyen casi siempre variedad de libros. Por ejemplo, la Navidad pasada recibí los Documentos del Alte. Brown, editados por la Academia Nacional de Historia y los sonetos de Miguel Ángel. Si quisiera escribir la reseña de dichos sonetos, la tarea sería bien fácil. ¡Qué bien esculpía Miguel Angel! En cuanto a los documentos de Brown, marino irlandés comandante de la escuadra argentina en las primeras cuatro décadas del país, la reseña ceñida a la literatura también sería breve: Qué ortografía, MY GOD!
En fiestas familiares he recibido bellas ediciones de Chretien de Troyes, biografías de Dickens, raras ediciones de Ponsoin Du Terrail. Todos los libros que recibo en fechas especiales son añejos, huelen a clásico y me dejan como la intelectual de la familia.
Este año me reservaban una sorpresa.
La sorpresa se llama ¡FEO! Así, con signos de admiración. La ilustración de tapa: una lengua Stone con aparatos de ortodoncia. El autor, el para mí entonces desconocido Gonzalo Otalora. La edición, Martínez Roca, 2007. Nada de tapas vetustas, ninguna sospecha de ácaros y todo el aspecto de un maldito best-seller.
Otalora¿Por qué diantres me regalan esto?, me pregunté. Atisbo la solapa. La foto explica el título: un adolescente con acné, aparatos en los dientes y grandes anteojos, mira a la cámara. Parece pálido, desabrido y tímido. El curriculum es inquietante: coordinador de posproducción de programas periodísticos y de entretenimiento, movilero y periodista de radio. Para colmo, escribía en la revista Hombre.
Dejenme que me explique. Cuando camino por las veredas de Buenos Aires, suelo sentirme amenazada por una mujer sin ropa y en cuatro patas que me mira mes tras mes desde distintas tapas de revistas (Hombre es una de ellas) , siempre con distinta cara. Pero lo de la cara no engaña ya a nadie. Las mujeres porteñas sabemos su triste historia: se trata de una mujer que posó una sola vez y en cuatro patas para la Historia y la franquicia. La revista Hombre fue una más que compró la franquicia de la foto en cuestión y lo que hace en cada número es cambiarle la cara, como todo el resto de las revistas llamadas para hombres. Fuera de eso, nunca compré la revista Hombre. No por nada me regalan los sonetos de Miguel Ángel. Aunque para él hubiera sido más sencillo esculpir al David en cuatro patas, (pensemos que erguido tiene más de cuatro metros de alto) prefirió esculpirlo de pie. Como esteta, mis glúteos favoritos son los del David. Miro torcida la tapa del Hombre cuando la miro y desprecio el negocio de las franquicias, cuando se trata de glúteos especialmente, porque se pierde totalmente el aura. Bueno, se preguntan al fin: ¿Entonces, porque me regalan ¡Feo!, un best-seller de editorial Martínez Roca, que no escribió nadie de Letras, ni un historiador y que encima es contemporáneo?
¡Feo!, para empezar, es un conmovedor relato de la vida de un adolescente, narrado con la combinación única de un humor desopilante, y un sentido trágico que asoma a veces y que por su poder narrativo y visual, demoledor, nos trajo a la mente durante su lectura esas narraciones de iniciación de Mark Twain. Ese Twain dominado mayormente por la comicidad y una suerte de cariñoso grotesco, hasta que te sumergía sin previo aviso en una tragedia, para volver a traerte, sano y salvo, a la balsa con el negro Jim. ¡Feo! es una narración de adolescencia, como Huckleberry Finn también lo es, y al leer ese relato de Otalora, el viaje de un adolescente por una gran ciudad, la reminiscencia a Twain es muy fuerte. Es además, un relato sobre la discriminación, con el valor del testimonio.
“Nací en el outlet de la sociedad”, dice el autor, para empezar el cuento de una serie de peripecias narradas cómicamente sin pretender ocultar sus pequeños o grandes dolores. Uno de los principales atractivos del libro es que en ningún momento comete el error de pretender que la labor de escritor lo tiene que separar de las realidades cotidianas de una época de transición tecnológica como fue la década del 90 ; no es un poeta que teme al sonido del teléfono porque Quevedo nunca lo oyó. No teme, por lo tanto mencionar todo lo que hace de Buenos Aires la ciudad que vivimos quienes la conocemos y si menciona la marca de un producto para el acné, no es justamente para hacerle publicidad. Tal vez, proveniente del ambiente televisivo, Otalora no tiene sobre si el lastre que a veces significa la palabra Escritor. Pero lo es. En la novela de Otalora, se suma el humor a los momentos terribles. Es dueño de un humor exquisito y actual (con esto digo que el parodia lo vivido, no lo parodiado por humoristas de la generación de sus padres).
La literatura, según Stendhal, es un espejo de la vida. Un espejo es simplemente la prueba real, efectiva y triste de que no podemos vernos a nosotros mismos. Necesitamos dos láminas de vidrio unidas por una lámina de mercurio para ver nuestro rostro, ese que para los demás, es una verdad desnuda.
Hay libros que son un espejo de la vida, y hay libros que sólo son espejos de espejos, bellas construcciones ficcionales que no necesariamente están tomadas de la experiencia o del transitar o del percibir de las personas, sino de construcciones ficcionales ajenas. Pueden ser hermosos castillos inhabitables, bellos, atractivos. Para esos libros y sus autores no hay dilemas éticos reales. Ninguna ficción te protege de un dilema ético, excepto la ficción hecha sobre ficciones.
No ocurre esto con este libro de Gonzalo Otalora. Algunas escenas son crudas, y terribles. En una de ellas una relación sexual se malogra. Otalora lo cuenta con sencillez, como se lo cuenta a sus amigos. La partenaire se separa bruscamente del cuerpo del protagonista, estallando en llanto. Entonces sobreviene un cruel final de capitulo: La próxima vez, violala, -dicen los amigos.
No. Dice la lectora. No, quiere gritar. Y sin embargo, es preciso que Gonzalo escriba esto. Un libro puede ser un espejo fiel y contradictorio, o una fina lámina de bronce bruñida artesanalmente, un imagen estética, correcta, moral por completo, pero falsa. Y no se por qué, tal vez se le antojó a Oscar Wilde, la falsedad puede ser armónica, pero nunca bella. Pero entendamos: soy una mujer. Como tal, no simpatizo con esos amigos ni con los manoseadores. Otalora declara haberlo sido un breve tiempo. Una pensó siempre que una barrera infranqueable la separaba del adolescente manoseador o del buscador callejero. Pero comprende, comprendo y se lo digo al señor Otalora, que sólo la literatura, la literatura excelente que usted sabe escribir, podía tender un puente entre ese adolescente y mi persona. Por que la narración, la verdadera, puede comunicar hasta lo incomunicable. Y Otalora es un narrador. Su espejo, su lámina de bronce bruñido, puede exhibir la luz más cruda del quirófano.
Él dice que escribió su libro a “a corazón abierto”. Desde ese humor que sólo puede acompañar a la tragedia, parece haber paseado todas las calles y aulas del mundo. En ¡Feo! Otalora cuenta como él, víctima de burlas y violencias varias, se vuelve violento.
Y vuela una silla, por el aire abierto de un aula, una silla arrojada desde un ventanal. Bajo el ventanal, juegan niños. El aire se detiene, la respiracion de Gonzalo se corta, la del lector se apabulla. Cae lentamente la silla. Cae al suelo del aula. No toca la ventana. Y ese adolescente, que se autoproclama nacido en el outlet de la sociedad, se convierte en autor. Adquiere el sentido de lo trágico, ya para siempre. Y es ese sentido el contrapunto necesario de un libro de humor imparable, que cuenta en primera persona la discriminación y el acoso escolar. El discriminado acá no es el otro, sutilmente relegado a la tercera persona de todas las campañas antidiscriminación.
Soy yo, dice Otalora, y le pone a su libro-batalla el valor de la primera persona. Y del testimonio.
Paula Ruggeri
http://creesquesoysexy.blogspot.com
http://www.revistadeletras.net/%C2%A1feo-de-gonzalo-otalora/
No hay comentarios:
Publicar un comentario