sábado, 31 de mayo de 2008

Un feo colombiano se opone al impuesto a la belleza

"Los feos no necesitamos que nos compensen", argumenta el amigo Julián Isaza, periodista del diario colombiano El tiempo, en una columna que publica hoy. Con justa razón me suscribo a lo que plantea Isaza. De hecho, pude escaparle al desprecio y al sufrimiento sin aportes económicos. Sin embargo, sigo postulando y promoviendo el impuesto a la belleza para subsidiar a los feos Querido Isaza, no se preocupe, cuando se apruebe el impuesto, tendremos en cuenta su petición de excluirlo. A continuación la nota.


Mayo 29 de 2008

¿Quién dijo feo?

A finales del año pasado, en Argentina, el escritor Gonzalo Otálora propuso cobrar un impuesto a los lindos, como una especie de compensación a los tormentos que sufrimos los feos.

Lo que no sabe Otálora, es que nosotros (me incluyo con orgullo en este honorable gremio) no necesitamos que nos compensen, no requerimos que los bellos nos den una mano, porque nosotros mismos nos la hemos dado (sí, de todas las formas posibles, si se proponen ser malpensados) desde el principio de los tiempos.

En estos días de belleza exprés y a la medida, ser bello es una elección, mientras que ser feo parece cada vez más un acto de valentía. La fealdad, digámoslo de una vez, en nuestro mundo es perseguida, es acosada por los mandatos estéticos que, literalmente, a cuchillo y escalpelo quieren exterminarla.

Todo, porque pocos comprenden el encanto que solo un feo puede desarrollar, porque no muchos entienden que salirse del prototipo idealizado es en sí mismo hermoso, porque solo algunos intuyen que la belleza es sumisa, mientras que la fealdad es revolucionaria.

Los feos nacimos con las probabilidades en nuestra contra, eso está claro, por eso nos convertimos en criaturas recias, combativas y tenaces.

Somos la prueba viviente del darwinismo social, encarnamos la prueba irrefutable que valida la teoría de la selección natural de las especies. Los feos nos adaptamos, echamos más mano de nuestro genio, que de nuestra figura, por eso desarrollamos habilidades que nos permiten la supervivencia y de aquí que sea una imposibilidad matemática la existencia de un feo sin su gracia.

Porque, digámoslo ahora, los feos nos inventamos, nos mejoramos a medida que pasa el tiempo, nos perfeccionamos y hacemos de un aparente defecto la fuente de nuestra magia. Por eso, y ya que entramos en materia, la conversación, el humor e incluso las habilidades amatorias de un feo motivado (sin motivación queda la nada), pueden ser verdaderamente legendarias, porque al momento de la conquista nos jugamos el todo por el todo.

Pero los argumentos me brotan a la hora de darnos nuestro lugar. Por eso debo decirlo: la belleza se estandariza, se acopla a las reglas, se clona a sí misma, se deja a la obediencia de los patrones, de las medidas vitruvianas, se vuelve serial, se convierte en molde, en horma de narices respingadas, de bíceps turgentes, de pechos que apuntan al cielo, de barrigas chatas. Sí, la belleza es predecible y dictatorial, mientras que la fealdad es anárquica y creativa.

La fealdad encuentra formas novedosas de emerger, lo suyo es lo artesanal y no lo industrial, por eso cada feo es único, es el resultado de los genes inquietos, de los caprichos de natura cuando natura muestra su lado más artístico y experimental. Bien lo dice Humberto Eco (quien por cierto escribió la Historia de la belleza y la Historia de la fealdad): "la belleza puede ser aburrida y la fealdad es infinita".

Los bellos suelen nacer en la cima, nosotros nacemos en la ladera y allí hay una gran diferencia de enfoque. Mientras los bellos deben mirar hacia abajo, los feos miramos hacia arriba, por eso somos soñadores y ambiciosos, pues si al bello lo desean, el feo se hace desear. Por eso escalamos y hasta despertamos envidias.

Ya me parece escuchar la manida y remanida crítica ante la visión de un colega que se pasea con alguna dama bien proporcionada, ese susurro de rencoroso mirón que pregunta: "¿qué hace esa vieja tan linda con semejante tipo tan feo?". Interrogación que suele ser seguida por la contestación del segundón de turno con un: "debe ser que el tipo tiene plata". Bueno, si lo del pobre es robado, entonces lo del feo es comprado. Pero la envidia, es mejor despertarla... y ya ustedes saben el resto.

Lo feo también es bello y, sí, lo sé, es una contradicción. Nada más adorable que ese pequeño defecto en quien se ama, ese que ella oculta a todos menos a usted, ese que solo se revela en la privacidad y se convierte en epifanía. Pocas escenas más conmovedoras y honestas que una mujer que, literalmente, se descubre, que se despoja, con la libertad que da el amor, de sus prendas y maquillajes para ya no temer (nunca más) que sus ojos den cuenta de toda su humanidad, que sus pupilas recorran esa estría, ese lunar o, quizás, esas fascinantes arrugas que fueron esculpidas por tantas risas y llantos, que son la obra de la vida.

¿Quién no ha caído en el embrujo de ese detalle que todos calificarían como feo, pero que realmente es más que seductor? El que diga no, seguramente no se ha enamorado. Y luego dicen que los feos necesitamos compensaciones.

Por: Julian Isaza

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