Esperanzado, ansioso, desesperado y caliente, me sumergía en la matiné de las discos con mis compinches de aventuras desvergonzadas, Oscar, Juan, Fede y Seba.
Después de sortear al patovica, lo primero que hacíamos era ubicarnos al lado de las pibas más lindas, como si esa cercanía tuviera los mismos efectos que una transfusión de belleza y estilo.
Ellas, ni bien notaban nuestra presencia se mudaban todo lo rápido que su agilidad les permitía. Comenzar la noche al lado del pibe más feo del boliche es como un gato negro de aparición repentina, traemos mala suerte.
La explicación no es de características mitológicas. Toda señorita que hablaba conmigo se convertía inmediatamente en bagallera, es decir, si había algún pibe con deseos de encararla desistía por temor a sentirse un bagarto. Para tener éxito en los boliches, se recomienda alejarse de los feos.
Jamás bajé los brazos ni me entregué fácilmente a
En virtud de ellas, aprecié el sabor de muchos labios y de vez en cuando me homenajearon con frías caricias. Esos atracos alcohólicos siempre culminaban en episodios vulgares que al día siguiente me encargaba de relatar ante un auditorio de amigos y compañeros que recibía con entusiasmo festivo los detalles de mis desventuras, la mayoría de ellas presentes a lo largo de todo el libro.