miércoles, 14 de julio de 2010

El nacimiento de una mujer.

El hombre quiere siempre. No hizo falta decirle que había tomado la decisión de hacerlo. Santiago, tan viril, tan dulce, me abrió la puerta, sacó del bolsillo un perfume y roció el ascensor. Siempre lo hace. Me gusta. Siento que busca hacer nuestro cada espacio que ocupamos. Mis amigas me dicen que un telo no es un buen lugar para entregar mi virginidad. Qué vaya a saber quién estuvo en esa cama y qué hizo, que tiene que ser un lugar especial. A mi no me importa.

Santiago me agarra fuerte antes de entrar. Eso también me gusta de él. Sabe mis lugares, los buscó, los recorrió con paciencia hasta dar en el punto exacto tan desconocido por él y por mi también.

La habitación es perfecta; limpia, ordenada, un poco impersonal, pero no me afecta. Nos sentamos en el piso a charlar. Si fuera como la primera vez, ya estaríamos en la cama, él en bolas y yo vestida, buscando el instante para decirle.

-Sé que es difícil de creer pero soy nuevita. Sin estrenar.

Hoy suena rara esa frase. Que se yo, se lo dije así, hace 2 meses. Él esperaba otra cosa. Lo sé. Pero me acompañó. Fue de a poquito, sentí que me cuidaba pero llegó un momento donde dije, “o voy para adelante o me lo pierdo. ¿Cuánto puede esperar un hombre para meterla?” Mis amigas me decían. “Si te quiere te va a esperar todo lo que necesites”. Lo que pasa, les decía, es que yo siento que hoy los tiempos son otros. Es más vertiginoso. Quizá, me arrepienta, pero no lo quiero perder y lo quiero satisfacer tanto como él a mi. Sí, nunca lo dejé, como se dice, con toda la calentura. Hacia cosas, toda la previa, pero a los dos nos faltaba algo más. Y cuando estábamos ahí él me decía.

-¿probamos?

-no, espera. Me quiero sentir segura.

Y hoy me siento segura. Tengo ganas de hacerlo. Muchas y siento que él ya lo sabe. Eso me gusta.

Hablamos un rato, pero yo no aguanté. Me dije: “arranca ya” Y ahí nomás me puse un traje mental de femme fatal y le bajé los pantalones. Él se dejó, dócil. Empezamos a besarnos y él a tocarme con una dulzura que nunca le conocí o era la misma y yo la sentí especial. Me dio igual. Fue increíble, no hizo falta decir nada. Me desnudó como un caballero que es, y el sueño, ése que tuve cuando tenía 9 años, comenzó a transformarse en realidad. Lo imaginé mil veces y sucedía como si fuera una réplica de lo pensado hasta que el pronunció la palabra mágica.

-Probamos

Una sensación de nervios y emoción me recorrió todo el cuerpo, como si yo fuera un cable de alta tensión. Estaba helada del miedo, y no sé muy bien cómo, él me fue relajando hasta que, bueno, llegó el momento en que los dos éramos uno. Pensé que el dolor me iba a paralizar, pero fue como si el mundo se abriera. Apenas fue una molestia, quizá, era tanto el placer y dolor que yo decidí sentir lo primero. Él fue tan dulce, tan sutil, que en unos segundos estaba entero adentro. Me preguntó muchas veces si estaba bien, si quería que fuera más lento.

Yo no decía nada. Solo me escuchaba a mí. Quería que fuera eterno y registrarlo como una película para decirle a mi cabeza que valió la pena tantos años de angustias, llantos, luchas y esfuerzos para ser por completo una mujer y sepultar ese nombre masculino que nunca me identificó y decirme a mi bien fuerte que ahora si puedo llamarme Mimi, a los 45 años.

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