sábado, 14 de agosto de 2010

Segunda versión

La dejé morir antes que muera. Recuerdo el día. Hacía 1 año me había mudado e iba los sábados y domingos a comer a lo de mamá. Ese sábado, el que la dejé morir, entré gritando por ella y no contestó. Pensé que mi hermana la había sacado a pasear, pero estaba sentadita, hecha un ovillo, con una mirada de tristeza que nunca le conocí. La acaricié un rato, le pregunté que le pasaba, pero no había en ella mucho más que vejez. A los seis meses le diagnosticaron cáncer y debatimos en la familia si debíamos operarla o no. Los médicos advirtieron que las chances eran mínimas. Mi hermana igual tomó la decisión. Recuerdo que se pasó 4 días y 4 noches abrazada a ella para que ningún movimiento brusco le abriera los puntos. Por mucho tiempo me pregunté si yo hubiera sido capaz de semejante acto de amor. Se recuperó, pero desde entonces se la pasó acostada en el sillón y ladrando ya sin causar amenaza alguna, hasta que 1 año después ya no había operación milagrosa sino simplemente dejarla sentada con su dolor en espera del final.

Mi hermana prefirió no estar. Nos ocupamos con mi mama. Me senté a su lado, la acaricié con la misma ternura del pasado. Amagué tomarla en mis brazos esperando el tarascón de siempre pero ella se despidió de mi con una pasividad que yo entendí como un acto de indulgencia, o tal vez un reproche que en palabras sería algo así “Por qué no lo hiciste antes”. Caminamos los tres en silencio por Lavalle, nos cuenta un vecino que nos salvamos por unos metros de un choque entre dos colectivos que alborotó el barrio. Ninguno de los tres se dio cuenta. Cuando llegamos, mama me tomó del brazo y antes de entrar me dijo.

-¿va a sufrir?

-Mami, ya sufrió demasiado.

La dejamos en manos de un extraño. Cada uno se despidió a su manera, pero sentí que para mama era mucho más de lo que mis hermanos y yo imaginábamos.

-Te voy a extrañar…eras mi compañera.

Nos dimos vuelta y antes de cerrar la puerta y volver, escuchamos un grito. Mama se detuvo.

-No era ella, ¿no?-

-No mami, así no gritaba Nati.

Regresamos en silencio, tomados del brazo como si los dos fuéramos una carroza fúnebre caminando por esa triste calle Lavalle bajo una pequeña garúa que me hizo pensar por un momento que el asfalto también lloraba a Nati.

En la esquina de Jean Jaures había varios medios, gente por todos lados, heridos, sangre, ambulancias, patrulleros y los dos colectivo atravesados hechos un solo despojo. Mama y yo nos enteramos que pasamos por ahí cuando al otro día nos vimos en la tele.

No hay comentarios: